Por: Tania Martínez Suárez
La palabra es alegoría, lenguaje, voz, expresión y verbo.
La palabra escrita nace en la mente de quien la escribe, reverbera en el sonido… viaja por el aire y anida en los oídos de quien escucha. La palabra cobra vida en la imaginación y el entendimiento de quién puede descifrar.
La palabra brilla por su ausencia cuando el silencio es la única respuesta que puede darse. La palabra cava o nada a contracorriente para hacerse entender o se atrinchera entre las líneas de textos incomprensibles.
La palabra ebulle entre las personas, hace rimas con la poesía, se desata en prosa a galope, encabalgamiento tras encabalgamiento crea universos donde solo había salares a cielo abierto o papel estéril e impoluto.
La palabra cae, gota a gota, piedrita a piedrita es lanzada a la ventana para llamar a la felicidad; prolifera, engendra, resucita las necesidades y las ideas, enaltece o claudica, destruye, sí, también destruye… en el infundio y la calumnia.
La palabra es un remanso, un sollozo apenas audible pero sereno y presente, pese al letargo florece algún día, si la dices en voz alta. La palabra traza un camino indexado entre este tiempo, entre el pasado y el futuro, incluso con el tiempo que aún no podemos imaginar.
La palabra es como los adoquines del parque hermosamente apostados, silenciosos hasta que una parvada de aves les utiliza de comedero o una parvada de niñas pinta un avioncito para saltar… 1, pie derecho, 2, pie derecho, 3, pie derecho, 4 y 5 ambos pies, 6, pie izquierdo, 7, pie izquierdo, 8 pie izquierdo, 9 y 10 ambos pies, giro, vuelve a empezar.
La palabra es la ira que sobreviene a la injusticia, al desencanto de la amistad y la pérdida del amor, la palabra precede al olvido lo dibuja y señala para luego darle cabida en el infinito cúmulo de soledades. La palabra rompe en llanto como el advenimiento de un recién nacido, como una guerra sorda que el mundo observa en las noticias, pero no escucha.
La palabra es sangre que se traga la tierra, o un arrullo inteligible para los enfermos, la palabra observa, nos observa y es cuidadosa de lo que nos permite ver, la palabra diseña nuestro entorno ya que todo lo que existe, antes fue pensado y antes fue nombrado. La palabra se canta, se grita, se rompe y se reconstruye, toma las sílabas que han sido amputadas y crecen árboles enteros de cada una, familias lingüísticas y ancestros comunes del lenguaje.
La palabra es el ápice, es la gloria y la espera. La palabra nos conforma, nos absuelve y nos guía, es el camino hacia el vacío y vacío mismo; es el ático y la mariposa, el bebedero y la grava, el chasquido y las baldosas, el río, el concepto del río y el sonido del río.
La palabra es el ritmo vital, el arcano de la luna, la prisión de la hiedra, el estigma y el róbalo, la palabra es la brisa sobre la siembra, la paz, la cúspide y el regateo del mercado. La palabra usa los andrajos para camuflarse y libera la risa. La palabra es un ejército de un solo soldado que se desdobla y cambia el rumbo.
La palabra es la moneda de cambio, es la promesa que hacemos, el valor que asignamos a personas o cosas, la palabra ambiciona de todo, nos da o nos quita todo, pero guarda una alternativa insustituible: enunciarla.