Por: José Antonio Alcaraz Suárez
Parado firme en la esquina de Mariano Arista y Miguel Hidalgo, justo frente a la Iglesia de San Francisco en Pachuca, bajo un sol que no perdona y apoyado en su bastón metálico, como si fuera un rifle, Don Cristino Morales López desafía no solo la edad… sino también al destino.
Con 85 años de vida —y la meta clara de llegar a los 130 años— este hidalguense con mostacho revolucionario, mirada filosa, sonrisa chimuela y voz curtida por el polvo y el tiempo, tiene más historias que arrugas en el rostro.
Nació “por allá cerquita de la Vega de Metztitlán”, aunque confiesa que ya no recuerda el nombre exacto de su comunidad. Desde joven se fue de ella. Fue rebelde, desobediente y obstinado de sus padres, pero libre. Y de eso no se arrepiente. Su vida se ha forjado entre el campo y las balas: picó algodón, chile y tomate en Sonora, donde “el calor era tan cabrón que hasta el café se cocía solo en la botella de plástico” .
DE CAMPO A CUARTEL
Antes de los 40 ya patrullaba como sargento, subteniente, guardia y todo lo que le pusieran. “A veces me daban el puesto, pero no la credencial”, dice entre risas y reclamos al sistema. Trabajó en Zacatecas, Nayarit, Toluca… y hasta donde lo mandaran. Fue parte de corporaciones estatales, bancarias y hasta del equipo de armeros.
Para muestra, saca de la bolsa de su chamarra una bolsa de plástico llena de documentos, en copia, y muestra un enmicado de una credencial de la Dirección de Seguridad Pública del Municipio de Tepic, Nayarit H. XXVII Ayuntamiento Constitucional, fechada el 22 de agosto de 1978, que lo acredita como Sargento Patrullero.
En Pachuca, le tocó sacar borrachos y marihuános de las cantinas que había en la zona de tolerancia, por La Surtidora. Afortunadamente, nunca le pasó nada pese a los peligros de su oficio. Sin embargo, la verdadera batalla fue contra la injusticia… y contra el humo.
Porque también fue ladrillero, de esos que moldean lodo con las manos y pulmón con el humo. Hoy carga las secuelas: un pulmón dañado y oxígeno limitado. “Pero eso no me detiene, yo quiero llegar a los 130 años”, sentencia con la misma firmeza con la que desenfundaba en sus días de servicio.
SOLO, PERO NO VENCIDO
Don Cristino vive solo en el barrio de Camelia, en una casa que construyó con sus propias manos y niveles… aunque el cimiento torcido le torció también la cuadra entera. “Tomaba mucho en esos años, pero ya no”, asegura. Hoy baja en combi al centro, camina lento pero seguro, y plática con quien se le acerque. Porque si algo le sobra a Don Cristino, además de años, es historia.
Dice que no le teme a la muerte, pero si llega, que lo agarre caminando… o que al menos le pase un avión por encima. Se mantiene gracias a una pensión por más de 30 años de servicio y, para no aburrirse, junta fierro viejo y baratijas que vende o regala a las personas que lo necesitan.
“Yo ya viví mucho… pero todavía no me voy”.