Por: José Antonio Alcaraz Suárez
Cada que observo el comportamiento humano en el planeta, una extraña sensación me recorre: ¿y si no pertenecemos a La Tierra? Esa pregunta me la hice muchas veces, buscando mi verdadero origen, más allá de las historias religiosas o teorías que nos cuentan en los colegios que, en lo profundo de mi ser, no resuenan.
También hay teorías poco ortodoxas, tachadas de “conspiranóicas”, que plantean que el ser humano es una especie foránea, implantada o modificada genéticamente en este planeta por razas extraterrestres (Anunnakis)… de que existen estas entidades, existen.
¿Te has dado cuenta que el ser humano es la única especie que parece que no encaja del todo en este planeta? Mientras más lo piensas, más sentido cobra: no formamos parte de un ecosistema; por el contrario, cuando nos asentamos, lo alteramos… en pocas palabras, no entendemos el idioma del lugar.
No somos necesarios para el equilibrio natural ni para la cadena alimenticia, por el contrario, somos depredadores; consumimos a diestra y siniestra, destruimos más de lo que creamos y agotamos los recursos que nos sostienen… ninguna otra especie sobrepobla su hábitat y termina contaminándolo hasta colapsarlo.
Comparado con otras especies, somos increíblemente frágiles: no soportamos la luz solar iintensa sin quemarnos, necesitamos ropa para protegernos del clima, tenemos alergias a ciertos elementos naturales, y somos propensos a enfermedades autoinmunes.
Mientras muchas especies se integran de manera equilibrada al ecosistema, el ser humano transforma y destruye su entorno: tala bosques, contamina océanos, altera el clima. ¿Por qué esa desconexión? Tal vez porque no desarrollamos una evolución natural aquí, sino que somos resultado de una ingeniería adaptada a un entorno diferente, incapaz de comprender la armonía de este planeta.
LA VOZ INTERNA
Desde hace unos años, mi voz interna me ha ido desmenuzando “entendimientos” que son verdades, mis verdades, aquellas que emergen de mi sabiduría interna, esa que no necesita comprobaciones ni teorías, pero son contundentes, difícilmente entendibles racionalmente.
La idea de que el ser humano no es originario de la Tierra —que fuimos depositados aquí, que somos el resultado de un experimento genético (Adán y Eva), que venimos de otro mundo— puede parecer una fantasía, pero se alimenta de una sospecha íntima, una incomodidad existencial que va más allá de lo físico.
LA CONSCIENCIA
Nuestra conciencia, el regalo envenenado de sabernos finitos, de reflexionar sobre la muerte, de perseguir el sentido. Ningún otro ser vivo parece atormentarse por lo que no puede cambiar. Ninguno imagina futuros posibles ni se rompe por lo que aún no sucede. Pero nosotros sí. Lloramos por ideas, enfermamos por angustias, sentimos nostalgia de cosas que no recordamos haber vivido.
¿Y si esa chispa que nos distingue no es un error, sino una pista? ¿Y si la conciencia es una señal de que pertenecemos a otra cosa, a otro tiempo, a otro origen? No hay certezas, pero hay preguntas que no se apagan. Tal vez lo que nos hace sentir fuera de lugar no es una desconexión con la Tierra, sino una conexión con algo más vasto, más antiguo, más profundo.
Quizá esa melancolía que sentimos al mirar las estrellas no es otra cosa que la memoria dormida de un hogar que olvidamos. Y tal vez por eso seguimos buscando, pensando, creando. Porque lo único más humano que el no encajar… es seguir intentándolo.
Ya no me pregunto “¿Y si no somos de este mundo?”. El cuestionamiento que (en realidad es un recordatorio) hoy me hago en repetidas ocasiones es “¿QUIÉN SOY?”. La respuesta es solemne, no llega de inmediato, pero sí me acerca a mi verdadero origen el cual no es de este planeta.
GRACIAS