Por: Tania Martínez Suárez
“Este poema es un árbol
El árbol soy yo
¿Puedes verme?”
Fronda /Jovany Cruz
Mi abuela hizo de su pequeño patio un jardín inconmensurable, en el cual no sólo había planta y flores hermosas, sino hasta un frondoso ciruelo que ella misma injerto con diversas frutas, ese oasis a la entrada de su casa nos dio muchas alegrías, llegar y verla cantándoles y ofreciendo el riego con calma y parsimonia me parecía la mejor cosa que se podía hacer en le mundo, era como si el tiempo se detuviera y uno pudiera presenciar la vida emergiendo.
Mi madre no era muy afecta a las plantas, pero sembró un rosal hace más de 30 años que ahora llega casi al techo del segundo, es un árbol de rosal que abraza la casa que ayudó a construir y en la que vivió hasta que su corazón se detuvo de súbito. Ella lo cuidaba y podaba, lo regaba cada tercer día, no le cantaba ni habla con el como lo hacía mi abuela, pero ese rosal ha sido una presencia permanente en casa, las flores que de él nacen han sido puestas en los floreros de la casa y también en el cementerio, aunque compremos flores para ella, siempre un pequeño ramo de su rosal nos acompaña. Como no se recorta con regularidad sus tallos han cobrado formas intrincadas y altura descomunal, sin embargo, siempre nos ofrece sus flores, no hay otras más lindas que mis ojos hayan visto.
La primera planta que me dispuse a cuidar fue una pequeña violeta africana, se me dijo que podía vivir en el interior de la casa, procurando que le diera la luz en algún momento del día, así lo hice, en mi pequeño cuarto de foránea pervivió unos meses, hasta que de pronto vi como su tallo se había ladeado de tal forma que parecía que quería suicidarse, tirarse por la borda de la maceta, me dio mucha tristeza, más porque era a ella a quien le contaba mis problemas, por lo visto hay que cantarles o alegrarlas, pero no son buenas terapeutas.
Amo las plantas por ello en las casas que he habitado siempre algunas me acompañan: cactus, suculentas, enredaderas o trepadoras; al cuidarlas siento que también cuido de mí, en las horas lentas en que les proporcionó agua o sustratos, en las que pongo música para ellas mientras la recorto o las trasplanto, mientras les limpio las hojas secas y siembro plántulas en pequeñas macetas. Ese en un momento de calma, dentro de la vorágine de los días laborales, decido que este pequeño lugar que ocupo en el mundo sea un jardín.