Por: Tania Martínez Suárez
En realidad, no miraba nada con detenimiento, debía esperar unos minutos así que me dispuse a hacerlo con calma, fue entonces cuando la vi, maleza le llaman, una planta okupa, como miles en la ciudad, de esas que florecen en la más mínima grieta del asfalto. Gracias a las lluvias las calles reverdecen con plantas nativas que iluminan el concreto habitual de la ciudad.
Ella que parecía tranquila respiraba junto conmigo la frescura de la tarde, de pronto sus hojas comenzaron a saltar, daban pequeños brincos, rítmicos y acompasados. Dude de lo que veía, verifique: no había aire, inverosímil ya sé en Pachuca, pero cierto, ni un poco de viento. ¿Entonces qué provocaba el movimiento de esas hojas?
Una manifestación vital, pensé, el portal a otra dimensión que se abre ahí mismo, quizá el universo enviándome un mensaje intrincado que debo descifrar. Me acerqué lentamente como para que ese encantó no se rompiera. En efecto ella hacía repiquetear sus hojas en intervalos, y en efecto no era el viento, un gusano, la tierra moviéndose o elementales manifestándose, bastó mirar a la cornisa del edificio para que esa gota de agua cayera en mi frente.