Por: José Antonio Alcaraz Suárez
Esta frase me atravesó el alma. La encontré hace unos días en un video y, aunque desconozco a su autor original, no ha dejado de resonar en mi mente desde entonces. Incluso, hizo acordarme de la letra y canción melancólica “Viajar contigo” de Alex Ubago que en muchas ocasiones me acompaño en soledad…
En mis recuerdos emergieron muchos trenes que han cruzado mi vida: algunos me llevaron a lugares nuevos, otros me regalaron momentos inolvidables, pero también hubo trenes que se descarrilaron y me hicieron perder el rumbo.
He subido a trenes sabiendo, en lo profundo, que no era mi destino. Esa intuición se siente como una piedra incómoda en el zapato: al principio no duele, parece soportable, pero con cada paso el dolor crece hasta volverse insoportable y paralizante.
Esos trenes, con su fachada atractiva, sus promesas de destinos brillantes, se presentaban como boletos seguros a la felicidad. Pero en el trayecto, cada kilómetro recorrido me alejaba más de mi esencia y me cobraba un precio alto: paz mental fracturada, energía drenada, alegría marchita, dignidad comprometida y amor propio deteriorado.
Porque el tren puede ser una relación tóxica o hasta no toxica, un trabajo que apaga el alma, malos hábitos o decisiones o cualquier situación que nos consume sin darnos nada real a cambio. Incluso, alguien que te desecha de su vida…
Nos aferramos a esos caminos equivocados por costumbre, miedo o por la ilusión de que “ya invertimos demasiado”. Pero cada minuto que permanecemos en ese tren, el costo se acumula: desgaste emocional, oportunidades perdidas y sueños que se apagan lentamente.
EL REGRESO
Volver a casa —a nuestro verdadero yo, a los sueños genuinos, a lo que nos llena— siempre implica un precio. Pero cuanto antes tomemos la decisión de bajarnos, más ligero y valiente será el regreso. No es cuestión de cuánto hemos gastado, sino de cuánto podemos ganar si elegimos actuar hoy.
La verdadera valentía no está en resistir un trayecto que no nos pertenece, sino en reconocer el momento de cambiar de dirección. Porque la vida no se detiene… y el tren correcto siempre llega, tarde que temprano.
Les comparto esta poderosa reflexión que encontré en un video de TikTok de José Royo (@jose_ropla8):
“Cuanto más tiempo te quedas en el tren equivocado, más caro te sale volver a casa.”
A veces lo sabemos. Sentimos que algo no encaja, que ese camino no es nuestro, que esa relación, ese empleo o esa versión de vida que llevamos no nos hace bien. Pero nos quedamos, por miedo, por rutina, por no enfrentar el vacío que significa comenzar de nuevo.
Nos convencemos de que “ya hemos invertido demasiado”. Que soportar un poco más es más fácil que recomenzar. Pero la verdad es que cada día en ese lugar equivocado se paga con tiempo, energía, paz y, muchas veces, con pedazos de nosotros mismos que se pierden silenciosamente.
Regresar a ti mismo, a lo que te hace bien, a lo que da sentido, siempre tiene un costo. Pero cuanto más esperes, más difícil será reconocerte cuando llegues. Bajarte a tiempo no es rendirse. Es recordar que la vida no espera y que mereces estar donde no tengas que forzarte a creer que todo está bien.
Por cierto, me asuenté tres semanas en esta columna. En ocasiones, no más no fluyen las palbras, las ideas y sentimientos… no forzo nada. Pero estamos de regreso.
GRACIAS