Por: Tania Martínez Suárez
Muchas ideas tintinean en mi cabeza hoy, pensé mucho en que tema abordar. Pero quiero comenzar narrando que el viernes presencie un accidente automovilístico cerca de mi casa, fue por la mañana, no eran ni las 7 am, camne como siempre un par de cuadras para esperar el transporte, estuve tentada a cruzar la avenida y esperarlo del otro lado, pero había algo en el ambiente que se sentía distinto, he sentido ese silencio antes, ese que con su mutis anuncia que todo se confabula para que algo suceda.
Escuché llantas patinando, de pronto el conductor de la camioneta blanca perdió el control, el estruendo, el impacto, el niño tirado en la banqueta y el conductor inmóvil, el abuelo perplejo mirando la escena y la rabia exhalaba en sus gritos, vi el último aliento de ese niño, y el mundo se detuvo, me acerqué, otras personas también, llamamos al número de emergencias, alguien corrió al cuartel de policía que se encuentra cerca, sé que apenas fueron minutos para que todo esto ocurriera, pero en mi cabeza se teje una maraña de imágenes que estoy tratando de digerir.
Pude haber cruzado la calle y ese impacto pudo haber sido contra mi cuerpo.
Al ver a mis alumnos, que rebosaban de entusiasmo y desparpajo, entendí, que como decía Jaime Sabines, en su poema me encanta Dios: “…Pero esto a él no le preocupa mucho: nos conoce. Sabe que el pez grande se traga al chico, que la lagartija grande se traga a la pequeña, que el hombre se traga al hombre. Y por eso inventó la muerte: para que la vida, no tú ni yo, sino la vida, sea para siempre.”
Tengo que confesar, que me sentido triste estos días, no les conocía, literalmente yo solo pasaba por ahí, observé la catástrofe que arremolina cuando la vida se extingue, y me afligí; sé de la pérdida y la tristeza, del abismo que se forma dentro de uno, de la impotencia y la desconexión que sobreviene, del sentimiento de que alguien en algún lugar timbró una apuesta a nuestro nombre y perdió.
Guardé silencio, solo cuando algo me afecta en verdad lo hago.
Ayer cuando volvíamos a casa mi hija encontró una hermosa mariposa de alas amarillas tirada en la banqueta, se apresuró a extenderle un trozo de papel de baño y ella trepó, la acunó entre sus manos, caminó despacio hasta la casa, la mariposa se aferraba con fuerza, movía sus antenas y un par de veces estuvo apunto de caerse, pero logramos llegar a casa. En una tapa de mayonesa vertemos agua, pusimos una piedra para que la mariposa pudiera beber agua si lo necesitaba pero no se ahogara. La observamos un rato sobre la mesa del comedor, poco a poco fue abriendo sus alas, se mostraba inquieta, la colocamos con cuidado en una de las macetas del patio, mi hija daba vueltas cada tanto, le preocupaba la pequeña alada.
Vimos como nuestra compañera levantó su vuelo, una vida fue preservada.