Por: José Antonio Alcaraz Suárez
Durante mucho tiempo me hablaron del “despertar espiritual” como un destino, un punto final donde todo se vuelve luz, calma permanente y certezas absolutas. Como si la conciencia tuviera una meta clara y, al cruzarla, la vida dejara de doler. Pero la experiencia — la real, la vivida — suele contar otra historia menos glamorosa y mucho más honesta.
Hace 17 años inició un proceso de despertar de lo que llamo “Mi Noche del Alma”, después de una fuerte sacudida en mi vida, de buscar consuelo en las religiones continué con aprendizajes y practicar provenientes de maestros espirituales, libros, técnicas de sanación, filosofías holísticas, ceremonias y demás experiencias místicas… fue tan gratificante en su momento. Sin embargo, las dejé ir.
El despertar no es una coronación, es una sacudida. Una ruptura con la narrativa anterior. Al inicio se siente intenso, revelador, incluso adictivo. Todo parece tener sentido por primera vez y el mundo se observa con ojos nuevos. Sin embargo, esa etapa también se agota. Y cuando lo hace, llega la confusión: “¿Por qué ya no siento lo mismo?”, “¿por qué volvió la rutina?”, “¿estaré retrocediendo?”.
EL RETROCESO QUE TE LLEVA A LA MAESTRÍA
Después del ruido interior, vino el silencio. Y el silencio no siempre emociona. Ya no hay necesidad de dramatizar cada conflicto ni de reaccionar ante todo. Las crisis pasan, pero no se incrustan. No porque la vida sea más fácil, sino porque uno dejó de pelear con cada ola. Eso, aunque suene simple, es un cambio profundo.
También se va el brillo. La espiritualidad deja de ser espectáculo (eleva tu vibración, amor a la Pachamama, somos uno…). Ya no hay urgencia por lo extraordinario ni por experiencias místicas que deslumbren a otros. Lo sagrado se vuelve cotidiano: comer, trabajar, cuidar el cuerpo, relacionarse. Nada parece “elevado”, pero todo está habitado con mayor presencia. Y sí, desde fuera puede verse ABURRIDO. Desde dentro, es ESTABILIDAD.
En algún punto, la búsqueda se detiene. No por soberbia, sino por entendimiento. Se dejan los gurús, los maestros, los manuales, las promesas de iluminación exprés. No porque no sirvan, sino porque ya no sustituyen la propia experiencia. La brújula se interioriza. Lo que antes se BUSCABA AFUERA, ahora se ESCUCHA ADENTRO.
INTEGRACIÓN: DISFRUTAR SIN CULPA
La parte más incomprendida llega cuando uno vuelve a disfrutar lo humano sin culpa: el dinero, el placer, el cuerpo, las relaciones. Muchos creen que eso es caer de nuevo en “la matrix”.
En realidad, es integrarse. No se trata de huir del mundo, sino de habitarlo con conciencia. La espiritualidad que no puede convivir con lo humano suele ser evasión, no maestría.
El verdadero giro ocurre cuando la pregunta cambia. Ya no es “¿qué me falta?” ni “¿qué más necesito sanar?”. Es algo más incómodo y más grande: “¿qué hago con lo que ya entendí?”. El enfoque deja de ser el yo y se amplía al nosotros. Aparece la contribución, no como sacrificio, sino como consecuencia natural de haber visto más claro.
Quizá el despertar no sea encontrarte, sino aprender a manifestarte. No salir del mundo, sino volver a él sin perderte. No vivir despierto para sentirte distinto, sino para vivir responsablemente lo que eres.
Tal vez ahí empiece lo más difícil. Y también lo más real… aquí sigo.
GRACIAS
