Por: José Antonio Alcaraz Suárez
Conocí a Jorge Martínez López en 2009, en un momento particularmente frágil de mi vida. Él buscaba nuevos reporteros para el periódico Milenio Hidalgo y yo era un joven desorientado que, tras un accidente grave, apenas había retomado los estudios universitarios.
“El Georges”, como le decía, contactó al área de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo (UAEH) en busca de aspirantes. Yo realizaba ahí mi servicio social, bajo la guía de la doctora Rosa María Valles Ruíz, clasificando antiguos relatos periodísticos de Manuel Altamira —narrador excepcional fallecido en el sismo de 1985— publicados en ediciones ochenteras de La Jornada.
De manera intempestiva, la doctora Elvira Hernández Carballido irrumpió en el cubículo con el teléfono celular al oído y me lanzó la pregunta que marcó el inicio de todo:
—“¿Oye, te gustaría entrar a trabajar a Milenio?”
Asentí sin vacilar. Al otro lado de la línea, hablaba Jorge Martínez, un periodista cuya trayectoria y calidad humana aún desconocía, pero que más tarde se convertiría en un mentor invaluable y un amigo entrañable.
Apenas me habían dado de alta del IMSS, luego de un accidente que casi me cuesta la vida. En ese entonces, escribía un relato sobre ese suceso como parte de mi tesis. Le envié por correo el borrador. Lo leyó con atención y, por primera vez, escuché de su voz aquella expresión que pronto se volvería entrañable:
—“¿Te cae?”
Lo decía con asombro genuino, seguido de una sonrisa y una mirada serena que inspiraba confianza más que intimidación.
Sin haberme titulado, junto con mis compañeras Daniela y Esmeralda, fuimos seleccionados para integrarnos al equipo de Milenio Hidalgo, luego de una formación previa impartida por él. Me mudé a Pachuca, dejando la Ciudad de México y el Estado de México, no sin antes recibir de su parte la clásica carrilla por ser “chilango”.
En su icónico vochito guinda recorrimos numerosos municipios de Hidalgo haciendo reportajes. Él, un periodista con oficio, discípulo directo del decano Don Anselmo Estrada Albuquerque —“Don Chemo”—, a quien tuve el privilegio de conocer gracias a él.
Guardo muchas anécdotas junto a Jorge, pero una permanece especialmente viva: cuando me ayudó con una mudanza. Con el escaso sueldo de reportero —cuatro mil pesos mensuales— apenas podía cubrir renta, pasajes y lo básico para subsistir. Me vendieron en pagos un refrigerador, una estufa, una mesa y un par de sillas, pero no tenía para el flete. Le pedí prestados 300 pesos:
—“¿Para qué quieres tanto dinero?”, me preguntó con su tono bromista habitual.
—“Para una mudanza, Georges”, le respondí.
—“¿Qué tanto vas a llevar?”
Sin más, se ofreció a ayudarme. Hicimos dos viajes en su camioneta para trasladar “mi primer patrimonio” a un cuarto en el fraccionamiento Colosio. Subimos todo hasta un tercer piso. Al día siguiente, me dijo que se había lastimado la espalda. Yo no sabía cómo agradecerle…
El 9 de julio de 2025 falleció Jorge Martínez “El Georges”. Su partida me caló profundamente. Con ella, no sólo se fue un periodista íntegro, sino un guía, un cómplice de camino, un hombre que creyó en mí cuando más lo necesitaba.
Hoy, entre la tristeza y la memoria, su pregunta resuena más viva que nunca:
—“¿Te cae?”
Y sí, me cae que sí, pinshi Georges dejaste huella.
GRACIAS