Por: Tania Martínez Suárez
Todos están dispuestos más o menos igual… una barra de atención al público te recibe, no importa lo grandes o pequeños que sean, los conforman las mesas, sillas, gabinetes, algunos sillones, generalmente la zona donde se preparan los alimentos se esconde a la vista de los visitantes, para que al llegar a su presencia sea siempre un verdadero descubrimiento.
Tomo mi lugar, ese acto repetitivo, me dispongo a probar el asiento, veo si me agrada la luz y la vista. Prefiero un lugar junto a la ventana, no tan cerca como para que me vean desde la calle, pero sí lo suficiente como para observar hacia afuera. Reviso si hay disponible un perchero y toma de corriente eléctrica, ubicó el baño, la salida de emergencia, la proximidad que tendré con otras personas. La música ambiente y lo más importante: la calidez de quien atiende.
Leo la carta, le doy vueltas, hay algunas tan rebuscadas o con tantas opciones que me desespero, me digo entonces que debería ir al café de siempre, el que ya conozco y sé que me gusta, aunque quede más lejos y esté a punto de llover.
Empieza el soliloquio:
-Es bueno conocer lugares nuevos-
-Luego te quejas de que siempre vas a los mismos lugares-
– ¿Y por qué habría de cambiarlo? Si justamente recorrí muchos malos cafés para llegar al que amo-
-Pero ¿Cómo sabrás que no hay otro que te guste más si siempre vas al mismo? –
En definitiva, esa es una pelea que nunca gano.
Hoy estoy en un café que no había visitado, he representado a la perfección mi papel de cliente, nada de la carta me llamó la atención, así que sólo pedí un expresso, leí y escribí. No hay música ambiental, solo el ruido de las neveras y la caja registradora, se encuentra en una avenida transitada y aunque hay un parque casi enfrente solo escucho los motores de los autos. Han ingresado más vendedores que consumidores, por lo que he podido trabajar en relativa calma.
Por momentos creo que estoy completamente sola, la mesera no ha venido a ver si quiero otra cosa, me gusta esa sensación que da un café medio vacío, apenas y se siente el rumor de la gente, es lo suficientemente suave para saber que existen sin la necesidad de interactuar con ellos. Así me alejo del mundo para mirarlo desde esta trinchera improvisada, mientras todo ocurre.