Por: José Antonio Alcaraz Suárez
Lejos de ser un pensamiento deprimente, tener presente la idea de que tarde que temprano llegara mi muerte, paradójicamente, me provoca unas ganas inmensas de seguir, me libera del miedo de la muerte y me permite vivir con mayor presencia, escencia y propósito.
Antes de empezar con esta columna, te platico que estuve ausente en estás semanas por una huelga creativa… Son lapsos en los que no más no fluyen las palabras, aunque si las ideas, son muchas, listas para ser desmenuzadas y otras para ser interiorizadas, esperando que en un futuro nazcan.
Hace tiempo comencé a estudiar el estoicismo. Ellos hablan del “Memento Mori”, una frase que en latín significa “recuerda que vas a morir”. Por ello “vive como si estuvieras muriendo”, porque es cierto, aunque lo olvidemos cada mañana.
Esta idea no es un lamento fatalista o de conmiseración, sino una puerta hacia una vida más plena. Los estoicos lo resumieron en su “Memento Mori” no como amenaza, sino como brújula que apunta hacia lo esencial.
Cuando te haces íntimo de la impermanencia, algo profundo se acomoda dentro de ti. Los ruidos del mundo pierden su urgencia, las comparaciones dejan de importar, y lo que antes te hería se vuelve pequeño, casi insignificante. Comprendes, quizá por primera vez, que no estás aquí para acumular, sino para ser. Que cada día es un préstamo sagrado y cada instante, una oportunidad irrepetible y, sobre todo, un día más para volver a tu origen (es mi caso).
Vivir como si estuvieras muriendo te enseña a escuchar tu vida desde adentro. A sentir cómo el aire entra y sale sin pedir permiso, a reconocer que tu corazón late sin que tú le ordenes hacerlo. Te invita a mirar el amanecer como si fuera el último que verán tus ojos, no con tristeza, sino con una gratitud tan inmensa que disuelve cualquier sombra.
Los estoicos decían: “No puedes elegir cuánto vivirás, pero sí cómo vivirás el tiempo que te toca”. Y en esa elección se encuentra la verdadera libertad. Cuando aceptas tu finitud, el pasado deja de encadenar y el futuro deja de perseguir. El único espacio que existe —el ahora— se vuelve luminoso, denso, sustancial. Aprendes a habitarlo con reverencia.
Te das cuenta de que muchos de tus enojos y berrinches no tenían sentido, de que gran parte de tus miedos eran espejismos, y de que la mayoría de tus postergaciones eran pactos con un mañana incierto. Empiezas a hablar con honestidad, a decir “te quiero” sin tanto protocolo, a abrazar más fuerte, a soltar más rápido. A elegir relaciones que nutren, caminos que expanden, silencios que curan…
Marco Aurelio, emperador romano, escribió en sus cartas: “Haz cada acto como si fuera el último de tu vida”. No es un llamado a la urgencia, sino a la profundidad. Una invitación a poner presencia donde antes ponías prisa. A sustituir la distracción por contemplación. A vivir sin dejar partes de ti para después.
Vive como si estuvieras muriendo. Honra tu fragilidad. Baila con ella, no la rechaces. Porque al reconocer que tu tiempo tiene un límite, descubres que tu conciencia no lo tiene (ES INMENSURABLE). Que dentro de ti hay algo vasto, silencioso y eterno observando el milagro de tu existencia mundana, un paso, de tu inmensidad.
Y entonces, sin buscarlo, comienzas a vivir no desde el miedo, sino desde la verdad: la vida es breve, pero tú puedes hacer la inmensa…
GRACIAS
