Por: Tania Martínez Suárez
He tenido entre mis manos el tiempo, las horas que se adelgazan en las noches de éxtasis entre el estruendo facundo de las risas cómplices, en entre el vaivén de las canciones y las bebidas espirituosas, entre el tumulto y la oscuridad donde nadie te mira en realidad, nadie puede atraparte y vas en caída libre.
Algunos fines de semana me despierto entre horas pegajosas que por más que trato no me puedo de sacudir, no hay poder humano que me saque de la cama antes de las 10, y que que cuando era joven dormía sin reparo hasta el mediodía, ahora me quedo petrificada sin estar dormida, sin estar despierta; pero inmovil ante la luz que atraviesa las cortinas.
Quisiera medir el tiempo con base en cuanto tardará en llegar mi papá a la casa, o saber que son las 4 porque está mi caricatura favorita, quiero que el tiempo se tarde para que llegue mi cumpleaños como cuando era niña, y preguntar una y otra vez si ya estamos cerca, si vamos a llegar a la casa de mi tía, no me interesaba tanto llegar, pero era mi momento se llevar la cuenta del tiempo que yo no sabía medir.
Extraño esa única sinfonía nocturna que incluía tres respiraciones en el medio de la noche, debajo de la cama Kafka, siempre con la respiración fuerte y los resoplidos que se escapaban por la nariz o por la cola, Camilo que hablaba dormido y roncaba cada noche un poco o un mucho y nos despertaba a las demás, mientras él sonreía y dormía con tranquilidad, luego ella una bebé de en colecho, que insuflaba la barriga y casi nunca llorando despertaba por las noches, estaba ella que cada vez fue ocupando más territorio en la cama en mi vida. Esas serenatas diurnas eran solo para mí, una madre exhausta que hasta el último momento de su vigilia escuchaba la existencia de los que ama.
¿A dónde se va el tiempo? no me doy cuenta hasta ahora que mi pelo es casi blanco de la coronilla y ha cambiado su textura, esas canas son más rebeldes que el resto del cabello negro, talvez están ahí porque necesito esa fuera, esa rebeldía plateada que ha dejado de avergonzar a las mujeres. No me doy cuenta hasta que veo a mis maestras y maestros y aunque puedo reconocer en ellos la voz inconfundible o el abrazo siempre cariñoso, tengo que buscar entre los pliegues del rostro y el caminar distinto. El paso del tiempo me avasalla cuando veo a mis sobrinos, que en mi mente tenían menos años y se podía platicar de cosas simples, ahora les observo y atesoro el momento preciso de verles distintos, ellos crecen y yo me hago vieja ¿Cómo se hace ese cálculo, que le da vitalidad a unos y la recolecta en otros?
No se persigue el tiempo, si de todos modos ha de irse, se vive el que nos es regalado, en el presente subjuntivo, que valiosas son las pausas, observar, contemplar, pensar fuera de tu cabeza, apreciar lo que te rodea.
Yo no sé a dónde va el tiempo, pero no está en las fotos que llenamos de nostalgias y que cuelgan en las paredes de nuestras casas, no está anclado al pasado como una roca inamovible, no es perecedero, no sé, no es eterno, no sé, no es absoluto, no sé, no es para siempre el mismo.
Quizá es un flujo, una dimensión de la experiencia vívida, es una condición de la existencia, es una torre de naipes enorme, frágil y hermosa, imita la eternidad.