Por: Tania Martínez Suárez
Una de las palabras más hermosas que me han dicho es: maestra, también es la más retadora y una de las más sublimes del vocabulario. Ser reconocida así, por quienes te entregan su ideario del mundo es una experiencia maravillosa y un gran compromiso porque generalmente no solo se dialoga sobre los temas de estudio sino también de la vida, de los dolores, miedos o conflictos, del amor que siempre vuela cerca del alumnado y las dichas compartidas entre sus ocurrencias.
¿Qué implica enseñar? Desdoblarse frente al otro con tus conocimientos y sueños, porque enseñamos a partir de lo que somos desde nuestras sombras y nuestras luces. Nos plantamos frente a un grupo que puede que conozcamos de tiempo o no, pero en ese momento ellas y ellos conforman todo el universo que necesitamos, les escuchamos, les observamos detenidamente mientras tratamos de que sus nombres queden grabados en nosotras, aquel que enseña sabe que no hay mejor aliciente para las y los alumnos que llamarles por su nombre, por la palabra grandilocuente con que se autonombran, es la entrada a su confianza.
Ser maestra duele, cuando no se puede abarcar la realidad que algunas y algunos alumnos viven, cuando se les desacredita o no se les considera importantes por otras personas, quisiera partirle la cabeza a quien les desdeñan; pero debo buscar respuestas, mecanismo para fortalecerles y ayudarles a ver que el peso de las creencias ajenas nunca está por encima de las propias. No es fácil, lidiar con la burocracia de las instituciones, con los tiempos laborales, los formatos, las planeaciones, llegar a tiempo, salir a tiempo, porque la vida de las maestras no es solo enseñar, se tienen hijos, parejas y otros roles, aunque todo aquello esté siempre invadido por la labor docente, contamos las vivencias de las aulas con los amigos, en las reuniones familiares, porque ese universo del estudio tan vasto y a la vez tan acotado, nos llena el corazón para siempre.
Me supongo que para las compañeras que enseñan matemáticas o biología estará más estandarizada la metodología de enseñanza, pero para quienes enseñamos arte, ya sea pintura, escultura, arquitectura, música, danza, literatura o cine, es distinto. Cada grupo es tiene diferentes intereses, y aunque se comparte la técnica, la materia sublime que está en juego se encuentra en su alma. Desde la literatura, hay que apuntalar por lo menos dos frentes, es un doble trabajo, propiciar las condiciones para que se abran a la lectura, luego la interpretación de los textos; para mí no está completo el ciclo si no escriben, si no se permiten crear, así que en mis clases o talleres siempre redactan, pero no basta con ello, hay que corregir, y lo más importante deben aprender a defender lo que piensan, y sino ¿para qué les enseño? Si no soy capaz de detonar su imaginación, creatividad, su postura crítica, su visión del mundo, si no les ayudo a florecer y no les ofrezco mejores condiciones que las que yo he tenido, entonces ¿para qué habría de enseñarles?
En muchos sentidos mis alumnas y alumnos son mi razón para resistir, aunque puedo ver claramente la contradicción que habita en las instituciones, me asumo como una anomalía, y desde ahí solo puedo fomentar la libertad, el juego, el esparcimiento, la felicidad, la crítica, la apreciación artística, la valoración de lo humano y la vida. Les enseño a resistir, a no conformarse, a idear nuevas formas de ser y estar, a pelear por lo justo, a crear, a modificar su entorno.
Como coordinadora de proyectos culturales, educativos o artísticos, siempre pongo al servicio de las y los alumnos el sistema, si uno está ahí es para servir, para detectar sus necesidades y hacer todo lo posible por subsanarlas, la obligación es con las personas no con los cargos efímeros y los aplausos llanos, si se tiene la oportunidad de servir ahí está encerrado el regalo que nos es otorgado. He creado festivales, talleres, clases, proyectos de fomento a la lectura y escritura, o la amplia gama de disciplinas que encierra la educación continua y comunitaria, para todo ello es necesario hacer gestión sociocultural desde el corazón, a ras de piso y con una estructura de pensamiento organizada, desde la generosidad para dar y recibir el apoyo de las personas, colaborar, ningún proceso creativo es individual, se germina en colectivo.
Para las maestras en ciernes, les digo, como lo dice Virgin Despent en el último capítulo de su libro La Teoría de King Kong “Buena suerte chicas” (Por cierto, les recomiendo ampliamente el libro) porque el sistema, así tal cual está estructurado obedece a una visión patriarcal, no nos cederán con facilidad espacios de toma de decisiones, incluso cuando “lo hagan” estaremos siempre al borde de la trampa… estará sobre nosotras la premisa de “achicarse para caber” porque peor que pecado capital es, evidenciar la ineptitud del jefe en turno, su desconocimiento, su poca pericia o nulo interés, sus violencias o la discriminación que ejerce, latente estará la idea que de le amenazamos o no le parecemos suficiente. Celebrará el pacto machista con los compañeros varones y buscará agenciarse el status cuo hasta que su momento terminé, porque las encomiendas tienen fecha de caducidad, pero la creación no, el tejido que construimos todos los días desde la educación, el arte y la cultura no va a perecer, recuérdenlo bien, porque en los malos días será necesario sacar fuerza de ello.
