Por: José Antonio Alcaraz Suárez
Dentro de cada uno de nosotros vive un niño que nunca ha dejado de soñar, de temer, de amar y de anhelar ser visto. A veces lo hemos silenciado, creyendo que crecer era dejarlo atrás. Pero, la verdadera madurez no es olvidar a nuestro niño interior, sino aprender a caminar de su mano.
En los pliegues de nuestra memoria, en esos rincones donde la razón no siempre alcanza, habita la esencia pura de quienes somos. El niño interior representa nuestra capacidad de asombro, nuestra vulnerabilidad sagrada, el impulso genuino hacia la alegría, la creatividad y el amor incondicional.
De manera personal, hoy puedo decir: ¡Tengo un niño interior feliz, sonriente y travieso! Lo reconozco y amo en plenitud, se llama Toño Bello. Aunque en el pasado lo tenía olvidado, lastimado y desorientado. Fue un proceso de décadas para reconocerlo, rescatarlo, abrazarlo, sanarlo y caminar con él, tomando su manita, en la playa viendo el atardecer, como nos gusta: Soy el HOMBRE-NIÑO.
¿QUÉ ES UN NIÑO INTERIOR?
Muchos desconocen que filosófica, psicológica y espiritualmente tenemos un niño interior. Aunque crecemos en edad, en el fondo de nosotros permanece una parte emocional, espontánea y sensible que se formó en la infancia. Es esa parte que siente asombro, juega, crea, sueña, pero también la que guarda miedos, heridas y necesidades no satisfechas.
El niño interior representa:
1) Esencia auténtica, el SER QUE EXISTÍA antes de que las exigencias sociales moldearan.
2) Personalidad: NUESTRO NÚCLEO EMOCIONAL, donde habitan tanto la alegría genuina como las heridas emocionales que aún nos afectan de formas inconscientes.
3) Conexión espiritual: la CAPACIDAD DE AMAR sin condiciones, de tener fe, de maravillarnos con la vida.
Cuando se habla de “sanar” o “rescatar” al niño interior, se refiere a mirar con amor y compasión a esa parte de nosotros que quizás fue ignorada, reprimida o herida, y que necesita ser escuchada para que podamos vivir de manera más libre, plena y verdadera.
SANAR AL NIÑO INTERIOR
Sanar al niño interior es sentarnos junto a él, escuchar sus miedos, sus sueños olvidados y decirle: “Estoy aquí. No volverás a estar solo”. Así le dije una vez a Toño Bello, tras salir de una consulta psicológica hace ya una década. Recuerdo que, en ese tiempo, estaba muy mal en todos los aspectos, fue un proceso… lo mismo ha sido el proceso de rescatar a mi “Adolescente Interno”, pero ese es otro capítulo (de un libro).
Hace unos meses, haciendo ejercicio descubrí una forma de meditar tan profunda. Yo le llamo “Meditación en el Gym” que me transporta a escenarios increíbles donde brota sabiduría, ideas y respuestas (que incluso no pido).
Como muchos saben, soy muy activo y suelo despertarme temprano y realizar muchas cosas en el día. Es mi naturaleza. A mí las meditaciones donde uno se queda inmóvil, no me funcionan, por ello he encontrado alternativas para meditar y la meditación ACTIVA es una de ellas.
Bueno, resulta que después de hacer mi rutina de levantamientos de pesas, suelo hacer de 15 a 30 minutos de cardio. Una vez me subí a la elíptica, puse la PlayList de mi Spotify “¿Quién Soy?” (música instrumental), cerré los ojos y en menos de un minuto, mi ser salió disparado de esta dimensión… Uff, una experiencia increíble.
Una de estas primeras meditaciones fue reencontrarme con Toño Bello, en una playa con arena blanca y agua turquesa, en el preludio de un atardecer. Yo estaba sentado, viendo el horizonte, cuando a la orilla del mar divisé un niño en pleno juego: saltando y chapoteando el agua con las manos.
Me levanté y fui al encuentro de Toño Bello. Comenzamos a jugar. Le dije que me daba mucho gusto verlo y, sobre todo, verlo feliz, pleno e inocente. Siempre que lo veo, lo cargo en mis hombros para jugar y pasearlo. No fue la excepción.
MI ANIMAL DE PODER Y MI NIÑO INTERIOR
Era tanta la energía y emoción que se producía por el esfuerzo físico en la maquina elíptica, la meditación y el reencuentro con Toño Bello, que hicieron que ambos nos transformáramos en nuestro animal de poder.
Después de correr, jugar, brincar y mojarnos, nos sentamos en la arena para ver al sol desaparecer en el horizonte. Un acto de alquimia surgió, pues ambos nos transformamos en nuestro animal de poder: Ahora éramos dos LEONES, uno adulto y otro niño. Llore de la emoción que se vio en mi ser físico… fue una experiencia mágica y hermosa, desde luego, sin necesidad de precursores (psicotrópicos o plantas de poder), porque eso YA NO ES NECESARIO (luego hablaré de la drogadicción espiritual).
ASÍ ME REENCONTRÉ CON MI TOÑO BELLO
El niño interior sabe que no necesita merecer amor, porque él es amor… hoy sigo sanando y sanar es permitir llorar las heridas no lloradas, reír las risas no reídas, soñar los sueños prohibidos.
Abrazar nuestras cicatrices con ternura (incluso las físicas, como la de mi antebrazo derecho), honrando el coraje que hemos tenido para sobrevivir. Es comprender que, en cada reacción desproporcionada, en cada miedo irracional, late la voz de un niño que aún espera ser escuchado.
VOLVER A NUESTRO NIÑO INTERIOR ES UN ACTO REVOLUCIONARIO
Es negarnos a vivir en la desconexión, en la frialdad, en la resignación. Es reconocer que la vida —en su esencia más profunda— no se trata de acumular logros, sino de mantener vivo el fuego de la inocencia, el asombro ante un cielo estrellado, la risa sincera, la fe en lo imposible.
No es tarde. Nunca es tarde para tender la mano hacia ese pequeño ser, para decirle: “Ven, caminemos juntos.” Porque sólo cuando abrazamos a nuestro niño interior, podemos abrazar verdaderamente la vida.
Mi niño interior ríe
Mi niño interior sueña
Mi niño interior imagina
Mi niño interior baila
Mi niño interior se expresa
Mi niño interior juega con la vida
Amo mi niño interior
GRACIAS TOÑO BELLO, TE AMO.